domingo, 14 de agosto de 2011

Un simple cálculo físico-matemático

Es necesario tomar en cuenta que el mundo gira, inevitablemente. Nos movemos: todos al mismo tiempo, al mismo ritmo, a la misma velocidad constante. El vector de dirección es, entonces, clave para encontrarnos. Lo es también la aceleración de nuestros pasos sobre el suelo, la que aplicamos en proporción a nuestras ansias, a nuestros deseos de colisionar unos con otros, y mirarnos, y besarnos, y tocarnos para sabernos. Nuestras ganas de resquebrajar la relatividad y asirnos. 

La noche avanza, lo mismo que todas. Las estrellas cuelgan de los árboles, gracias a los efectos de la gravedad. La temperatura puede ser perfecta. Y es posible que no nos percatemos, pero sucede. La probabilidad de que ese día –a esa hora, en ese instante imperceptible dentro del maremágnum del tiempo–, en esa ciudad –en ese lugar, en ese punto específico de las dimensiones infinitas del espacio–, nuestros ojos se dijeran lo que se dijeron, es cercana a cero. Nos pegamos al eje de las equis como si viajáramos sobre una ecuación exponencial de papel, como amalgamas enamoradas. Y sucede. Jugamos a ser víctimas de una gráfica tremendamente pesimista. Somos valores perdidos que vagamos en el cosmos, variables necias, incógnitas mordaces que se escapan de sus líneas paralelas para coincidir en una sola coordenada. Rompemos los rangos, salimos de los parámetros establecidos y sentimos. 

Las implicaciones empíricas de esta serie de cálculos son inefables. Esto no pasa porque el mundo gira. El mundo gira porque esto sucede. El mundo gira porque la poesía es desafiante de las leyes físicas y nos desdobla, permite que varios cuerpos ocupemos el mismo espacio, al mismo tiempo; gira porque la poesía quiebra el igual, pone signos de interrogación a todas las fórmulas comprobadas. La poesía refuta aquello que nos limita: la energía o la materia no se crean ni se destruyen, sólo se transforman. Mentira.

No hay comentarios:

Publicar un comentario