martes, 26 de julio de 2011

El silencio

Al negro sol del silencio las palabras se doraban.
Alejandra Pizarnik

Ocurre que estamos solos
y esta soledad habla sólo un idioma:
el del silencio.

Sucede que el barco avanza callado,
el mar que lo golpea no hace ruido
y aun así despierta a todos los inquilinos de sus orillas;
sucede que el barco avanza sobre el silencio,
lo tiñe, lo borda, lo parte en cuartos:
le siembra minúsculas palabras
que germinan (gotitas):
nos narran el fondo:
las sirenas,
las anémonas que bailan,
los tesoros que ansían mano,
beso, cuello de dama,
arena seca de penínsulas silentes.

Pasa que al parecer nada transcurre:
el silencio pinta oasis en los ojos cansados
de los peregrinos del desierto,
ilusiones ópticas finitas, traicioneras:
estática sin volumen aparente.

Mentira: pasa todo, de todo:
nacen la ficción y las heridas, en silencio,
en silencio crecen las pieles de los amantes,
en extensión y dulzura,
en silencio, dices mi nombre y tiembla mi alma,
los violonchelos sacian sus deseos,
las caricias separan, en silencio, a Neptuno de Cibeles,
asoma Madrid en mi almohada, al acostarme,
en silencio se hacen árboles los árboles
y beben agua los perros en el parque,
en silencio, caen a veces las estrellas,
sobre el agua de tu espalda,
sobre nuestra cama, silenciosas,
sobre el espacio que ocupamos para hacernos,
se cuelan entre mi ombligo y la estela que deja
cada palabra en la página blanca,
en las pupilas que las desentrañan;
en silencio, con la luz apagada,
todo pasa.

Acontece que me encuentro,
nos creamos, construimos de vacíos
la abundancia de este cuadro, de esta escena,
de estas personas que nos sentamos con Duras
y conversamos.

Nos encontramos: aquí,
en el nítido alfiler azul que es el silencio,
somos lo mismo: uno sólo,
uno.

Aquí existimos: precisamente
en el magnífico paisaje de callarnos,
de prestar atención al universo,
a sus suspiros galácticos,
sensuales, de antaño.

Así somos: la cinta celeste, sin ruido,
nos pega los pedazos,
nos llena la garganta de luceros,
nos proyecta en un espejo
enmarcado con puntuales instrucciones:
veme de frente, camina, sigue caminando,
no te detengas, penetra:
en silencio, aquí,
encontrarás las respuestas.

Y es que todo brota del silencio:
las miradas transparentes que compartimos un día,
que hicieron girar mundos y lunas y astromelias;
los libros que las mariposas traen consigo,
ésos que escribimos para ellas;
las palabras tensas que resuenan en las calles
de los vivos, las que quedaron en las bocas
de los muertos, para siempre,
las que aparecen a las dos de la mañana
y es menester poner en una botella de vino tinto
y lanzar al agua, sin corcho,
para que salgan y contagien a las olas de poesía,
para que mojen los silencios, las mareas desconocidas,
para que bebamos, diariamente,
versos náufragos, marinos.

Y es que el silencio es vientre y fertiliza,
procrea instantes sumamente luminosos,
nos cose la soledad a las orillas,
nos regala pupilas tornasoladas
para vernos los rostros sin tener que decir nada,
sin juzgar,
sin jugar a matarnos.

Lo que ahí ocurre es precisamente que así,
domando el ruido sináptico angustioso,
ése que ha encallado en las banquetas de la mente,
suceden el sol y la mañana,
suceden el abecedario y los cuentos de Cortázar,
suceden los besos violetas de dos amantes anónimos
que se encuentran, después de haberse desconocido tantas vidas,
suceden las caricias, los gemidos, los orgasmos,
las voces que se rozan y los cuerpos que se prenden a mordidas,
suceden dos milagros:
el del tiempo y el del espacio:
estamos aquí y ahora,
somos, y en silencio:
conspiramos.

martes, 12 de julio de 2011

Yecapixtla 10.07.11, 9:37 pm


Gracias.

Mi piel es ahora como la música de sus manos,
de esos tambores, de sus cuerdas,
de sus ojos subidos en aquel escenario mojado.

Las luces del universo se distrajeron un instante
y nos iluminaron.

Mi piel fue su voz,
su voz transparente,
y entonces se rompió el espacio
que nos hacia distintos;
fue sus manos acariciando
la piel de los tambores,
mi piel,
las seis cuerdas de la noche.

Nos llovieron las estrellas,
empaparon nuestros pies
de música salada,
de universo.

Y estuve en contacto con el mundo,
estuvimos, así,
un instante:
nos tocamos.

(Gracias.)