sábado, 2 de enero de 2010

¡Cuidado!


Rituales. Rituales gastronómicos, lingüísticos, dudosos. Doce uvas a las doce de la noche; las cambiamos por pedazos de fresas celestiales estilo Beatles. Descansar, fiestear, salir de paseo; lo cambiamos por una limpieza profunda de la casa y del año pasado, aspirar, barrer, trapear, sacudir y estornudar memorias. Grandes mesas, largas como espaguetis, llenas de pavos y voces que rascan el cielo; las cambiamos por una mesa de cuatro con cuatro invitados y unas albóndigas, un arroz blanco y unas papas al horno, voces dulces y sonrisas.

Igualmente, tengo mis dudas. Masticas una uva (una fresa), un deseo. Dos uvas (dos fresas), dos deseos. Tres uvas (tres fresas), tres deseos. Y así hasta la docena. ¿Qué tantos se cumplen? ¿Qué tantos se olvidan? ¿Qué caso tiene ansiar tantas cosas?

Me pregunto el 2 de enero si seré yo, o mis doce deseos, o el destino, como quiera que se llame, lo que determine el transcurso de los 363 días que quedan a este año gregoriano.

Yo deseo reencontrarme conmigo misma, reconciliarme con mi alma y con mi espíritu. Yo deseo amar profundamente, lo más que pueda, a los que más pueda. Yo deseo que haya salud, abundancia, felicidad, paciencia, tranquilidad, pasión y amor en mi vida y en las vidas de los que siento más cerca, más dentro. Yo deseo tantas cosas, como seguramente deseamos todos.

Nada se pierde deseando, eso es seguro.

Sea yo, o los doce deseos, o sea el destino azaroso lo que siembre para cosechar futuro, lo que edifique nuestro porvenir, deseo que este año que comienza por su primero de enero y termina por su treinta y uno de diciembre, esté lleno de deseos en las vidas de todos los seres humanos.

¿Qué sería la vida sin deseos de vez en cuando, de repente?

Sólo hay que tener cuidado.

Cuidado.

Porque como dijo Henry F. Amiel: el destino puede seguir dos caminos para causar nuestra ruina: rehusarnos el cumplimiento de nuestros deseos y cumplirlos plenamente.