sábado, 27 de junio de 2009

Me pregunto...

¿De dónde nace la poesía? ¿Nace o ya estaba viva y sólo la encontramos de repente? ¿La encontramos o nos encuentra?

¿Existe el amor? ¿Dónde vive? ¿Es inútil e infantil hacerse estas preguntas?

Quién sabe. Pero es la una de la mañana y encontré un poema que escribí el quince de febrero de 2007. Leerlo me hizo preguntarme todas esas cosas.

Pasa el tiempo y también me pregunto a dónde se va. Las cosas cambian, las sonrisas son más, son diferentes. Las caricias son distintas, son más sagradas. (Tú y yo seguimos siendo lo mismo: uno.)

Así, les comparto este pedazo de sueño que escribí aquel día.


Con cada beso me construyes los espacios del alma,
amor, me iluminas con tus dedos de sol,
con tus mil estrellas aguitarradas,
con tus tantos motivos para amarme:

me haces amarte también.


¿Cuál es el truco?

¿Cómo lo haces?

¿Por qué de la simple atadura de nuestros ojos
me enciendo de ti?

¿Por qué del fuego que irradian nuestra almas
(acariciándose despacio)
se magnetizan los minutos?

¿Por qué insistimos en tocarnos
hasta con los sueños, amor?

¿No sabes?

No importa.

Sigamos dibujándonos
las manos con las manos.

martes, 23 de junio de 2009

Sola en Sanborns, comiendo

Pensando. No idolatro a Slim ni a su grupo Carso. Soy de los pocos mexicanos que no sale en un anuncio declarando que mi identidad se construye dentro, por y para Telcel. No, yo no soy Telcel, yo soy Lucero.

Pero no creo que sea blasfemia venir a pasar un momento conmigo misma (escucharme para variar), aunque sea en este lugar. Algo bueno ha de tener. Sí. Escucho a las tazas conversando con los platos en la cocina. Qué tal está el café. Le faltó un poco de azúcar. Qué ricas enchiladas suizas. Me siento sucio. Voy a bañarme.

Voces de cascada. Gotas de sonidos. Tenedores que caen al suelo de losetas. Endulzante artifical, muerto en el piso. El pan, inmaculado. Los clásicos claveles en mi mesa. Me acompañan, dignos, tímidos. Distantes.

Dulce placer de sentarse sola a escribir, mientras observo a la gente que cree que estoy más sola que ellos, a pesar de que ellos son los que están acompañados. Yo tengo mis letras. No sé qué tendrán los demás.

Una mujer de amarillo aletea insistente. Por más ruidos que hace, no se da a entender. Su voz está enojada. Su alma también. Un nieto con su abuela, al menos eso supongo: podrían ser dos amigos poniéndose al corriente. Entre las mesas nada un niño que quiere hacer pipí. Tras él, se aventura su mamá. Aterriza en la mesa de al lado una pareja de viejitos. Magia: están tomados de la mano. Señoritas con vestidos de muñeca que apuradas reparten sonrisas a la gente hambrienta. Todos disfrutamos los mosaicos de olores y texturas que traen en sus manos.

Quién dice que no hay vida a las cuatro de la tarde.

Yo estoy viva. Estoy saboreando un agua de piña. Me espera un té de manzanilla con miel de abeja. Tengo la barriga contenta. El corazón lleno. Escribo. Pienso. Vivo.

lunes, 22 de junio de 2009

Algo para leer este verano...




Ciudad de México. Un tipo, productor y editor de películas que recientemente engaña a su esposa, sale de trabajar a altas horas de la madrugada. Al estar abriendo su auto para irse del lugar, cerca de él se detiene una camioneta y se baja otro tipo, parece estar muriendo. Camina, camina, camina hacia el primer tipo y su coche. Se desploma en sus brazos y al verlo a la cara, muere. Del susto. La cuestión es que ambos tipos tienen un parecido indiscutible, casi perfecto.

En una de esas avalanchas impulsivas de la vida, el cineasta decide, sí, léanlo bien, intercambiar identidades con el occiso.

Así comienza una novela que debe ser leída. Vida con mi viuda, es sin duda un trabajo excelso, bien pensado, conciso, astuto y por momentos comiquísimo. En teoría, esta novela no es apta para personas que esperan cuentos de hadas (aunque algo hay de eso), pero muestra otro tipo de amor. El amor que frecuentemente huye de los libros.

Mis respetos para José Agustín. Mis recomendaciones literarias para ustedes. Qué buen libro para este verano.

sábado, 13 de junio de 2009

El origen del Brasier...

Si ustedes no han leído este artículo en algún lugar, déjenme decirles que qué pena, porque que no lo hayan leído significa que no conocen la excelente y renombrada revista La Piedra. Shame on you. Además de dejarles aquí el texto de mi más reciente artículo, que espero encuentren interesante (narra el descubrimiento de un artefacto que ha formado parte fundamental de la historia de las mujeres, por lo tanto, la historia de la mitad de la humanidad, tal vez un poco más); les dejo también la recomendación y petición de que vayan a casi cualquier café del centro de la ciudad de Cuernavaca, algunos de Tepoztlán e incluso de la Ciudad de México, a comprar los tres primeros números de la revista. Les aseguro que no se van a arrepentir, es verdaderamente una publicación de calidad.

Sin más, me despido de ustedes lectores y espero leerlos pronto.


Dicen –y que conste que no sólo yo, sino también algunos de esos hombres sabios que uno puede encontrar en el camino–, que si nos volvemos hacia una realidad más grande, es una mujer quien nos tendrá que enseñar el camino (Henry Miller); y más bellamente que, sin la mujer, la vida es pura prosa (Rubén Darío). Es por este simple hecho que he querido compartirles la historia de un invento, que además de estar llena de misterios e intrigas, está hecho por y para las mujeres. Y a pesar de esto, y aunque parezca increíble, uno que otro hombre con sus necias ideas se ha inmiscuido en este asunto tan… femenino.

Primero tendrán que saber que además de que el brasier (para fines de este artículo lo escribiremos así pues hay todo un enjambre de posibilidades ortográficas; más correctamente, au français s'il vous plaît: le brassière, o para algunos: el sostén, y más actualmente: el bra) revolucionó en diversos sentidos la forma en que las mujeres nos vestimos, nos vemos y más profundamente, nos pensamos; también es cierto que la historia de este invento ha estado siempre enredada con el estatus de la mujer en la sociedad y sí, muchas veces con la forma en la que el hombre veía… nuestros encantos femeninos.

Aunque con diferentes nombres, diseños y funciones, las prendas que podríamos catalogar junto con el brasier existen desde el siglo VII a.C. (incluso hay algunos estudiosos que han encontrado que el uso de prendas con fines eróticos, especialmente las que resaltaban los senos, se usaban desde el paleolítico). Reconstruyendo rápidamente la historia de este invento, les debo mencionar que las mujeres de la isla de Creta usaban ropajes de múltiples materiales que levantaban sus senos para lucirlos desnudos (¿quién dijo que el wonderbra se inventó en el siglo XX?). Y ¿quién lo diría?, un poco más tarde, las mujeres griegas y romanas usaron telas y cintas llamadas strophium para reducir el tamaño de su busto. En otro rincón del mundo, durante las dinastías Ming y Qing, las mujeres de la alta sociedad china, pusieron de moda una prenda que incluso tenía copas y tirantes que se sostenían en los hombros y se ataban en la espalda que se llamaba dudou (¿no es esto un brasier?).

Ya en el siglo XVI nos topamos con el famosísimo corsé europeo inventado por la renombrada reina de Francia Catalina de Médici (nombre completo: Caterina Maria Romula di Lorenzo de' Médici), que además de realzar los senos, estrechaba dolorosamente la cintura. Si no me creen, sólo tengo que decirles que las pobres mujeres que murieron de asfixia tenían una cintura de hasta ¡doce centímetros! Y aunque algunas sobrevivieron, así se iniciaron 350 años de tortuosa “belleza” para las mujeres (los que hoy dicen que “no pain, no gain”, deberían tratar de ponerse uno de esos). En el tiempo que el corsé estuvo vigente, hubo solamente dos momentos en los que las mujeres francesas pudieron “liberarse”, la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas.

Y claro, después de tanto sufrimiento algo había que hacer, así que llegó el momento de: el brasier. Encontramos algo curioso cuando revisamos el origen francés de la palabra. ¿Hace referencia a algo remotamente femenino? No lo creo. En el siglo XVII, le brassière se refería al escudo usado por los soldados en las batallas. ¿Y cómo llegó entonces a ser el nombre de esta prenda evidentemente femenina? Sigue siendo un misterio para nosotros. Hay también un desacuerdo histórico en cuanto al contexto en que fue usada esta palabra por primera vez para describir a la prenda en cuestión. Podemos considerar principalmente dos versiones: están los que creen que la famosa revista Vogue la publicó en 1890 y por otro lado los que insisten en que Charles Debeviose la bautizó así en 1902. Ustedes dirán.

Lo que sí sabemos es que la historia moderna del brasier está llena de mujeres. Todo empezó (o más bien continuó) en 1874, cuando impulsada por el interés en los deportes y el atletismo, Elizabeth Stuart invitó a las mujeres a quemar los corsés que tantas penurias les habían causado y con esto provocó que otras mujeres pensaran en alternativas para reemplazar a estas víctimas de las fogatas. Como para muchos inventos, el tema del idolatrado “creador”, o en este caso “creadora”, es un verdadero enredo. Aquí hay varias versiones. Algunos señalan al antes citado Charles Debeviose y otros a Philippe de Brassiere (las conexiones son obvias). Pero yo, y afortunadamente no sólo yo, sino también la mayoría de los expertos, creemos que fue más bien la feminista francesa Herminie Cadolle quien en 1889 diseñó el primer modelo de brasier (ella lo llamó le bien-être, “el bienestar”) que estaba compuesto por dos pañuelos blancos que se ataban en la espalda y un trozo de cinta rosa que los sujetaba en el centro. Aunque no lo crean, Herminie obtuvo su motivación precisamente vendiendo corsés. Viajó a nuestro continente, abrió una tienda en Argentina, se convirtió en una exitosa mujer de negocios y al empezar una vida muy activa y agitada se dio cuenta de que las mujeres necesitaban una prenda más cómoda y útil.

Pero hoy en día con los derechos de autor, las patentes y los inventos que se cosechan todo el tiempo, sabemos que crear no es lo mismo que ser el dueño intelectual. Así que la historia se alarga cuando en 1914, la poeta y pacifista estadounidense Mary Phelps Jacob patenta por primera vez un brasier sin espalda. Y todo porque la señorita tenía una glamorosa fiesta y quería ponerse un vestido bastante revelador que acababa de comprar y no tenía ropa interior para usarlo. ¿Qué hizo? Lo que haría cualquier mujer en esas penosas circunstancias: tomar dos pañuelos de seda, un pedazo de hilo, un listón (otra vez rosa) y ¿por qué no?, hacer historia. Diseñó un brasier para poder usar su vestido. Además de que esa noche se la pasó baile y baile, meses después instaló un taller para producir estas prendas entonces revolucionarias y como pronto se cansó de tanto trabajo, pedidos y mujeres desesperadas pidiendo un brasier, vendió la patente a Warner Brothers de Connecticut por la módica suma de 1,500 dólares. ¿Qué sucedió? Warner Brothers ganó más de 15 millones de dólares durante los siguientes treinta años. Pobre Mary.

Algo que impulsó tremendamente este negocio en el país vecino del norte, fue que unos años después, para ser precisos en 1917, plena Guerra Mundial, se les pidió a las mujeres que dejaran de usar corsés, pues con esto se ahorraron nada más y nada menos que 28,000 toneladas de metal. Muchas dijeron: ¡Arriba el brasier! Y curiosamente, también después de la Segunda Guerra Mundial, con el famoso baby boom y la publicidad en televisión se creó una demanda enorme de estas prendas en Estados Unidos.

Para no hacerles el cuento largo, fue una señorita rusa llamada Ida Rosenthal quien fundó MaidenForm en 1928 y además introdujo las tallas en las copas (por letras: A, B, C y D) que fueron tan útiles que se siguen usando hoy en día. Por falta de abasto en el mercado del algodón, el hule, la seda y el acero, en 1945 se introducen los materiales sintéticos para fabricar el brasier. El strapless (brasier sin tirantes) nace en los cincuentas, pero sólo una década más tarde los gritos y denuncias de mujeres tachaban al brasier como símbolo de opresión, conformidad y servidumbre, e incitaban de nuevo, la quema de estas prendas. Seguramente recordamos a las hippies sesenteras que deciden no usar brasier, costumbre que incluso hoy en día, muchas mujeres han adoptado.

Ya más recientemente, se puede decir que el brasier ha renacido, teniendo un especial auge en el comienzo de este siglo por la amplísima cantidad de materiales, formas, estilos, y sí, tamaños que presentan sus diseños. Y déjenme decirles que quien dice que este negocio no es rentable, se equivoca. En el 2001, sólo en el Reino Unido, el mercado del brasier valía aproximadamente 15 billones de dólares.

Entonces, podemos hacer un recorrido casi infinito pasando por el deportivo, para algunas, el milagroso aumentador (wonderbra), el coqueto, el discreto y todas las demás “especies” diferentes de brasier. Además, por lo menos aquí en México los usos de este invento se han diversificado bastante. Dicen “los expertos” que hoy en día hasta es monedero, pues parece uno de los lugares más seguros para guardar dinero.

Ya en el siglo XXI la industria del brasier ha dado un giro muy positivo (y no señores, no es por los tamaños estratosféricos que ahora ofrece), sino más bien por el compromiso ecológico que ha acogido. Es justamente en Japón en donde aparece el nuevo grito de la moda verde: el brasier ecológico. Existen dos modelos. Primero, podemos comprar uno que tiene un compartimento escondido en el tirante que sirve (resulta obvio) para guardar los palillos para comer y de esta forma reducir la tala de árboles para su fabricación. Segundo, el nuevo brasier solar, que sí, aunque les quede el ojo cuadrado, al usarse como ropa exterior, puede almacenar energía suficiente para cargar celulares, reproductores de música y otros aparatos electrónicos (¡qué enchufe, ni qué nada, yo tengo mi brasier!).

Así que, ya sea como artefacto de belleza, manifestación artística, símbolo de identificación o bien, herramienta erótica, el brasier ha sido uno de los inventos, que aunque no lo parezca, ha estado muy presente en las páginas de la historia y ha acompañado la construcción de quien hoy por hoy es la mujer.