[Cuando
uno está en la Roma, las cosas más extrañas se suceden y, si son imputables a
las pupilas dilatadas, resulta dudoso. Muy dudoso.]
A. En su lienzo las cosas son rojas: las
ondas, las partículas, las bruscas pinceladas sobre el lino de la tarde; son
lágrimas escarlatas que se derraman sin paciencia (la nariz del payaso, la
sangre, incluso la pintura).
B. El suéter se teje de rojo (no de hilo, no
de estambre, no de un trozo de vida inescrutable); esto es rojo en fantasía táctil.
C. El rojo, entonces, es perspectiva en alta
definición, fotograma ampliado al mil por ciento (infinito viable en una consecución
de reflejos pixeleados).
D. Aun los calcetines de los niños que juegan
a ser parte de un paisaje indefinido, deben ser rojos para cumplir con los
requisitos del camuflaje.
E. Y es que lo que hace que el ojo vea, no es
el ojo en sí, no es siquiera la pupila; es el rojo, la vena, la electricidad grana
que lo abre y lo cierra con empeño, por manía.
F. Lo que no es abiertamente rojo, también es
rojo, por su ausencia.
G. Las alas de los ángeles se encelan, es
cierto.
H. El ardor del mundo (bermellón rugido
ensimismado) tiene sentido cromático, de pronto: sentido, dirección, meta,
caos. Siempre rojo en movimiento.
I. Los caparazones de los hongos concentran
la carmín tristeza de estar vivos, tan de cerca, a cuentagotas; porque la falta
(de algún modo incontrolable) se desgarra, y los jirones son rojos y también se
incendian.
J. El rayo que nace de la nube es rojo (aunque
no lo parezca); es en sus potencialidades rojo, en su envolvencia rojo, en su
llenarnos del todo que somos y eres y todo, es rojo, indiscutiblemente.
K. Un juego de lotería se encandila por las
posibilidades que ofrece la noche de ser noche. Las fichas rojas, los cometas,
las distancias.
L. Damos paso a los demonios y las letras que
nos narran, poco a poco.
M. Un ladrido rojo que contiene el cuadro
veintisiete, se escapa.
N. La fatal caja de Pandora pestañea.
O. Y aquello que no es se define por su falta
de rojo (incluso el As bajo la manga del titiritero, incluso tu mirada que
destantea).
P. Existe: el cable rojo que desactiva la
bomba o que nos hace estallar en mil pedazos, desde dentro (todo es cuestión de
tijeras).
Q. La corbata que termina por ahorcarnos.
R. A estas alturas, el rojo (la concepción
del mundo) es suficiente: la realidad monocromática que atraviesa los dedos que
la aprehenden.
S. Inclusive la poesía (el verso rojo que no
acaba nunca de escribirse) nos tiñe de granate las entrañas.
T. Concluimos que es justo lo contrario lo que
nos cubre, lo que nos ciega. Podríamos detenernos, pero caminamos.
U. Y llega: la luz violácea que lanza el
poeta en contraataque.
V. El rebelde de las letras purpúreas arranca
las sábanas y con ellas los muertos que nos despiertan por la mañana; los
fantasmas.
W. La angustia que, de tan roja (casi azul), no
lo era tanto; la que nos persigue por las calles desoladas (ésas que nos salvan).
X. Los corazones que se rompen como tazas.
Y. Crash.
Y el crash rojo que se quiebra en la
garganta.
Z. El lenguaje rojo del artista banal contemporáneo.