Quiero que mi nacionalidad sea la vida.
David Meza
Allí
estaban, huéspedes nuestros, aceptados y conformes. Allí se
sientan y nos observan y se deshacen en palabras que hieren la piel de las
entrañas. Allí están y permanecen, a pesar del transcurrir de los años, de las
generaciones que pisan las banquetas con afanes de borrarlos, de dejarlos
atrás. Nos anclan. Todavía hoy soy poca cosa; todavía mi cabello largo, mis
ojos de mujer morena, mi cuerpo que desea perderse en el vacío de encontrarse
con el otro, son poca cosa. Todavía mis letras valen menos, mis versos pesan
menos, mi locura requiere reprimenda. Mujer, joven, mexicana. Menos. Mujer,
joven, mexicana. Loca. Mujer, joven, mexicana. Puta. No queda lugar para la
poesía. Malditos sesgos epidémicos que enferman nuestras filas, nuestras casas,
nuestro paso por el tiempo. Quiero ser sirena, decir las cosas en voz alta,
seguir los puntos cardinales que me cimbran las pasiones, escribir con tinta
sobre las playas del mundo, sin sentirme culpable, sin lupa ni reflector por la
desgracia de mi sexo, de mi edad, de mi nacionalidad errante. Quiero errar a
consciencia, a propósito, ser vagabunda, errar, perderme para hallarme detrás
de la puerta de la rosaleda, ser la
rosa, ser el estanque vacío, la nube que lo cubre, la luz del sol que abre vetas
en nuestras ganas de estar vivos, de contarnos, de seguir. Aceptados y conformes, estaban, del pasado “ya no están”, del
pretérito “jamás de nuevo”, del olvido y el repudio que nos queman los
adentros. No más. Borrón y cuenta en blanco: nívea historia, nobel hoja de
papel cristalizada en los deseos de aquellas almas que laten sin género, sin
años encima, sin patria. La humanidad sin matices traicioneros, sin compartimentos
lacerantes, sin miedo a habitarse. Utopía en pétalos posibles. Realidad que
apremia. Levemos anclas, despeguemos. La “v” de nuestro vuelo será estela guía,
será faro. Nuestras alas serán sendero, leyenda, serán recalcitrante hecho
consumado. Seremos estrellas en fuga, explosiones astrales cumplidas,
encuentros decisivos en el espiral de nuestros destinos. Seremos. Es inminente
darse cuenta: los caducos, los añejos, los capataces, ellos intentarán privar a la pluma del andamiaje puntual que prestan los pliegos, alejar la piel de la piel otra, detener la luz que
nace, sinapsis prodigiosa de imaginar un universo paralelo; intentarán cubrir
las voces de los vivos, quemar las velas de nuestros navíos, secar nuestros
oasis, cortar las enredaderas galopantes y floridas, ahogar los puntos sobre
las íes. Intentarán quebrar nuestros puentes colgantes. Y no. Diremos que no.
Lucharemos por el espacio que ocupa el libro en la almohada, el latido último
del corazón del que suspira, la posibilidad que tenemos de hacernos niebla, de
hacernos bosque, de navegar por el infinito auge que es la vida. Lucharemos. De
pie sobre los juicios, los prejuicios, las leyes divinas que nos parten, que
nos reducen a cenizas. No, no somos culpables, no nacimos criminales. No.
Nacimos luminosos. La luz es nuestro arte. La luz es la poesía que nos invade,
que nos domina, que nos atraviesa cual haz incandescente, para hacer garabatos que
incendien los callejones desiertos, todas las salidas. Mujer, joven, mexicana.
Poesía. Hombre, viejo, terrícola. Poesía. Ser humano, ser humano, ser humano.
Poesía. Poesía, poesía, poesía. Poesía.
Errar es un arte que no domino. Sería bueno empezar a adiestrarnos en él.
ResponderEliminarSaludo.