miércoles, 10 de febrero de 2010

Té con miel y limón: invocando al calor


Congestión nasal, invierno en Madrid. Estornudar un par de veces más, antes de morir enterrada en una pila interminable de pañuelos moquientos. Tos, tos, tos, jarabe. El frío no está hecho para la gente gripienta, o viceversa. Creo que yo ni sana ni enferma quiero al frío. Ni loca ni cuerda. Dicen todos que es mejor porque te tapas, más y más capas y caput, solucionado. No me lo creo. Mentira gorda, cantante y sonante. Extraño ver mi piel bajo tantas capas de ropa. Me siento cebolla. Sí, consuelo de tontos, se asoma el sol a veces, pero los termómetros lo desmienten con sus signos negativos o sus números pequeños. No es fácil engañarme: entonces ¿a qué se deben las bufandas, los abrigos y los guantes? Anhelo los trajes de baño, los brazos desnudos de las mujeres por la calle, los dedos de los pies que respiran libres en sus sandalias, los cuellos liberados de cadenas de estambre, lana o cachemir.

Calor: te invoco.

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