martes, 23 de junio de 2009

Sola en Sanborns, comiendo

Pensando. No idolatro a Slim ni a su grupo Carso. Soy de los pocos mexicanos que no sale en un anuncio declarando que mi identidad se construye dentro, por y para Telcel. No, yo no soy Telcel, yo soy Lucero.

Pero no creo que sea blasfemia venir a pasar un momento conmigo misma (escucharme para variar), aunque sea en este lugar. Algo bueno ha de tener. Sí. Escucho a las tazas conversando con los platos en la cocina. Qué tal está el café. Le faltó un poco de azúcar. Qué ricas enchiladas suizas. Me siento sucio. Voy a bañarme.

Voces de cascada. Gotas de sonidos. Tenedores que caen al suelo de losetas. Endulzante artifical, muerto en el piso. El pan, inmaculado. Los clásicos claveles en mi mesa. Me acompañan, dignos, tímidos. Distantes.

Dulce placer de sentarse sola a escribir, mientras observo a la gente que cree que estoy más sola que ellos, a pesar de que ellos son los que están acompañados. Yo tengo mis letras. No sé qué tendrán los demás.

Una mujer de amarillo aletea insistente. Por más ruidos que hace, no se da a entender. Su voz está enojada. Su alma también. Un nieto con su abuela, al menos eso supongo: podrían ser dos amigos poniéndose al corriente. Entre las mesas nada un niño que quiere hacer pipí. Tras él, se aventura su mamá. Aterriza en la mesa de al lado una pareja de viejitos. Magia: están tomados de la mano. Señoritas con vestidos de muñeca que apuradas reparten sonrisas a la gente hambrienta. Todos disfrutamos los mosaicos de olores y texturas que traen en sus manos.

Quién dice que no hay vida a las cuatro de la tarde.

Yo estoy viva. Estoy saboreando un agua de piña. Me espera un té de manzanilla con miel de abeja. Tengo la barriga contenta. El corazón lleno. Escribo. Pienso. Vivo.

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