lunes, 19 de marzo de 2012

Cuando la vida


PRIMERO
Recurriste también a la arena
para escribir que me olvidabas.
Olivia de la Torre

La vida es la que nos recorre.
Despacio, o no tanto.
Descalza, sobre nuestra piel desnuda.
La vida.
Nos recorre como agua.
Y cuando acaba la uña del último dedo, se va.
Cuando llega al final del hombro, de la rodilla, del talón, la vida se acaba.
Se escurre.
Se resbala.
Se evapora, la mustia.
Se nos agota.
Y nosotros, pescadores del tiempo, queremos seguir viviendo.
A secas.
Si supiéramos.
Se nos olvida que aquel mar que nos compone borra la arena, la desvanece.
El agua borra las palabras que escribimos.
El agua borra las palabras.
Los hombres trazados con los dedos en la playa.
La vida que se va con la última ola de la tarde.
La primera nos arranca el corazón porque le duele ser de día.
Y a nosotros.
La vida.


SEGUNDO
Recorrí las veinticuatro leguas de tu cuarto
hasta el puerto donde hallé refugio.
Cristina Peri Rossi

Entonces no estamos perdidos.
No tanto.  
Nos escondemos de la vida.
O ella de nosotros.
Se esconde.
Con sus ojos abiertos y sus margaritas.
Con sus pétalos marinos.
Y nosotros naufragamos donde creíamos estar seguros.
Y creíamos.
Creíamos de verdad, en que no había por qué esconderse.
Pero la vida miente cuando huye, cuando nos ve pasar a su lado.
En barco.
Cuando nos atropella con furia, su espuma.
Cuando nos ahogamos creyendo.
Sin creer, creyendo.
Se nos acaba el rompeolas.
El refugio.
La oceánica creencia.


TERCERO
Un charco como puente entre dos nadas.
Juan Manuel Roca

En medio queda el agua.
La vida.
La humedad de los cuerpos que se deshicieron aquel día.
Los cuerpos que se encuentran en pedazos y en pedazos navegan.
Porque los cuerpos nunca dejan de ser pedazos, ostras, burbujas, islas.
Somos burbujas y reventamos.
El estallar de una existencia, de la vida que suave nos recorre.
Sin darnos cuenta.
Espectadores de la travesía de aquella luna traicionera, sobre nosotros.
La que espera que sea de noche y que cerremos los ojos y que sigamos creyendo.
La luna.
En el agua de los ojos de los niños que se mueren en los brazos de sus madres.
Ahogados en la tristeza del mundo.
Porque el mundo es uno y es triste y no se acaba nunca el grito del mundo.
El grito del mar.
El grito agudo y eterno de los muertos.
Las burbujas que quedan suspendidas en el cosmos doloroso.
En el limbo.
Y el grito, de nuevo, el grito.
Las estrellas que, en desorden, perdidas, se caen sobre ese charco que era puente.
Ya no.
Ya no existen en este mundo los puentes.
Nos ahogamos.
La vida pasa al lado nuestro.
Nada.
Nadamos con ella.
O eso pensamos. 


CUARTO
Aquel naufragio.
Isla que se hunde triste entre ateridas brasas.
Súbita soledad emplaza todo.
Max Rojas

Es inevitable naufragar.
De eso, la vida.
De hundirse.
De llegar al final, al fondo.
De eso, la vida.
De las profundidades.
De estar solo y sólo morirse.
La vida es de morirse y de las burbujas que nos acompañan.
Rasgamos la superficie con las uñas, por el sonido que eso provoca.
Agonizantes: el sonido, la superficie, la vida que se nos termina con el aire.
Con el agua que borra las palabras que escribimos.
Para qué escribimos, entonces.
Para borrar la ola que borra las palabras que escribimos.
Porque escribir el verso es sembrar más arena.
Más dedos.
Más grafías sobre el suelo del mundo, del cosmos éste dolorido.
Más letras sobre el grito del mundo y los niños que se nos mueren.
Sembramos entonces agua y cielo y nubes y las crestas de las olas.
Sembramos las estrellas que se caen sobre los charcos que ahora somos.
Sobre las islas que se hunden.
Sobre los naufragios.
Hoz de poeta, la pluma.
Poesía, la semilla.
Agua.
La vida.
Igual naufragamos.
Igual la ola llega.
Igual bebemos el agua salada que escuece la boca y el verbo.
Las lágrimas que caen cuando termina el hombro, la rodilla, el talón.
Las que lloramos cuando se acaba el cuerpo y sus pedazos.
Las que son de mar.
El mar.


QUINTO
Palabras que murieron sin nacer
llegarán al descanso, mar abierto.
Mauricio López Noriega

La vida es la que nos recorre.
Nosotros espectamos, aplaudimos, abucheamos.
Es lo que nos toca.
Mientras, las olas nos arrullan, para que sigamos creyendo.
Creer que el timón nos pertenece, que conocemos la vela.
Que la vela existe.
Que es cierto esto que pasa cuando flotamos, cuando fluimos.
Cuando somos pedazos, burbuja e isla.
Cuando se acaba la noche y empieza la ola y el mar y sus heridas.
Cuando duele terminarse, evaporados.
Cuando somos caracoles de mentiras.
Cuando el sol es horizonte y nos carcome.  
Cuando naufragamos porque estamos vivos y la vida pesa.
Cuando el naufragio.
Cuando la vida.

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