PRIMERO
Recurriste
también a la arena
para
escribir que me olvidabas.
Olivia de
la Torre
La
vida es la que nos recorre.
Despacio,
o no tanto.
Descalza,
sobre nuestra piel desnuda.
La
vida.
Nos
recorre como agua.
Y
cuando acaba la uña del último dedo, se va.
Cuando
llega al final del hombro, de la rodilla, del talón, la vida se acaba.
Se
escurre.
Se
resbala.
Se
evapora, la mustia.
Se
nos agota.
Y
nosotros, pescadores del tiempo, queremos seguir viviendo.
A
secas.
Si
supiéramos.
Se
nos olvida que aquel mar que nos compone borra la arena, la desvanece.
El
agua borra las palabras que escribimos.
El
agua borra las palabras.
Los
hombres trazados con los dedos en la playa.
La
vida que se va con la última ola de la tarde.
La
primera nos arranca el corazón porque le duele ser de día.
Y
a nosotros.
La
vida.
SEGUNDO
Recorrí las
veinticuatro leguas de tu cuarto
hasta el
puerto donde hallé refugio.
Cristina
Peri Rossi
Entonces
no estamos perdidos.
No
tanto.
Nos
escondemos de la vida.
O
ella de nosotros.
Se
esconde.
Con
sus ojos abiertos y sus margaritas.
Con
sus pétalos marinos.
Y
nosotros naufragamos donde creíamos estar seguros.
Y
creíamos.
Creíamos
de verdad, en que no había por qué esconderse.
Pero
la vida miente cuando huye, cuando nos ve pasar a su lado.
En
barco.
Cuando
nos atropella con furia, su espuma.
Cuando
nos ahogamos creyendo.
Sin
creer, creyendo.
Se
nos acaba el rompeolas.
El
refugio.
La
oceánica creencia.
TERCERO
Un charco
como puente entre dos nadas.
Juan
Manuel Roca
En
medio queda el agua.
La
vida.
La
humedad de los cuerpos que se deshicieron aquel día.
Los
cuerpos que se encuentran en pedazos y en pedazos navegan.
Porque
los cuerpos nunca dejan de ser pedazos, ostras, burbujas, islas.
Somos
burbujas y reventamos.
El
estallar de una existencia, de la vida que suave nos recorre.
Sin
darnos cuenta.
Espectadores
de la travesía de aquella luna traicionera, sobre nosotros.
La
que espera que sea de noche y que cerremos los ojos y que sigamos creyendo.
La
luna.
En
el agua de los ojos de los niños que se mueren en los brazos de sus madres.
Ahogados
en la tristeza del mundo.
Porque
el mundo es uno y es triste y no se acaba nunca el grito del mundo.
El
grito del mar.
El
grito agudo y eterno de los muertos.
Las
burbujas que quedan suspendidas en el cosmos doloroso.
En
el limbo.
Y
el grito, de nuevo, el grito.
Las
estrellas que, en desorden, perdidas, se caen sobre ese charco que era puente.
Ya
no.
Ya
no existen en este mundo los puentes.
Nos
ahogamos.
La
vida pasa al lado nuestro.
Nada.
Nadamos
con ella.
O
eso pensamos.
CUARTO
Aquel
naufragio.
Isla que se
hunde triste entre ateridas brasas.
Súbita
soledad emplaza todo.
Max Rojas
Es
inevitable naufragar.
De
eso, la vida.
De
hundirse.
De
llegar al final, al fondo.
De
eso, la vida.
De
las profundidades.
De
estar solo y sólo morirse.
La
vida es de morirse y de las burbujas que nos acompañan.
Rasgamos
la superficie con las uñas, por el sonido que eso provoca.
Agonizantes:
el sonido, la superficie, la vida que se nos termina con el aire.
Con
el agua que borra las palabras que escribimos.
Para
qué escribimos, entonces.
Para
borrar la ola que borra las palabras que escribimos.
Porque
escribir el verso es sembrar más arena.
Más
dedos.
Más
grafías sobre el suelo del mundo, del cosmos éste dolorido.
Más
letras sobre el grito del mundo y los niños que se nos mueren.
Sembramos
entonces agua y cielo y nubes y las crestas de las olas.
Sembramos
las estrellas que se caen sobre los charcos que ahora somos.
Sobre
las islas que se hunden.
Sobre
los naufragios.
Hoz
de poeta, la pluma.
Poesía,
la semilla.
Agua.
La
vida.
Igual
naufragamos.
Igual
la ola llega.
Igual
bebemos el agua salada que escuece la boca y el verbo.
Las
lágrimas que caen cuando termina el hombro, la rodilla, el talón.
Las
que lloramos cuando se acaba el cuerpo y sus pedazos.
Las
que son de mar.
El
mar.
QUINTO
Palabras que
murieron sin nacer
llegarán al
descanso, mar abierto.
Mauricio
López Noriega
La
vida es la que nos recorre.
Nosotros
espectamos, aplaudimos, abucheamos.
Es
lo que nos toca.
Mientras,
las olas nos arrullan, para que sigamos creyendo.
Creer
que el timón nos pertenece, que conocemos la vela.
Que
la vela existe.
Que
es cierto esto que pasa cuando flotamos, cuando fluimos.
Cuando
somos pedazos, burbuja e isla.
Cuando
se acaba la noche y empieza la ola y el mar y sus heridas.
Cuando
duele terminarse, evaporados.
Cuando
somos caracoles de mentiras.
Cuando
el sol es horizonte y nos carcome.
Cuando
naufragamos porque estamos vivos y la vida pesa.
Cuando
el naufragio.
Cuando
la vida.
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